Por Sebastián Carapezza
Lucía Higuera nació en 1987 en Buenos Aires y a sus 28 años se mudó a Bariloche, donde aún reside. Desde los 18 trabaja ligada a las letras como librera, bibliotecaria, tallerista, correctora y editora. Siempre se consideró narradora, pero luego de entrevistar a poetas rionegrinas, comenzó a escribir en verso. El año pasado, “Agua de beber”, su primera obra poética, ganó el primer premio de la Convocatoria Anual del Fondo Editorial Rionegrino.
Aquí la charla matinal, en un café a cuadras de su casa, donde conjugamos historias pretéritas y reflexiones en primera persona que vale la pena compartir.
- ¿Quién es Lucía Higuera? ¿Cómo te definirías?
- Mi vieja es lectora desde muy chica; tiene una capacidad de lectura enorme y una memoria prodigiosa. Pasé toda una vida viéndola leer, así que recibí mucho de ese estímulo hogareño. Me di cuenta muy temprano - punto a mis hermanos-, que, a diferencia de cualquier otra cosa, si pedíamos de regalo un libro nunca se nos negaba… en casa no se escatimó en lecturas.
Si bien no recuerdo haber sido una niña super lectora, tenía mucha bibliografía. A los 12 comencé a leer mucho, sobre todo novelas y cuentos, sin traspaso de una literatura de infancia a otra de adolescencia. En la secundaria empecé a escribir sobre dibujos, con una búsqueda desde la palabra bastante fuerte. La escritura se sumó definitivamente a mi vida a partir de esos 20 años. Creo que también tuvo que ver que en ese entonces empecé a trabajar en una librería boutique de zona norte de Buenos Aires.
Tengo la identidad un poco fragmentada porque por un lado soy una piba del conurbano -algo que no se extirpa nunca en la vida-, que a los 17 se fue a vivir a Capital, y una década más tarde vino a Bariloche. Siempre me quise ir de Buenos Aires y tuve una primera prueba yéndome un tiempo a Córdoba, pero regresé a los meses y monté una librería. Años después cerré ese local, me separé de mi pareja de ese entonces y sentí que era el momento indicado para venir a la Patagonia. Así que armé la valija, agarré a mi perra llamada Sur y vine a Bariloche donde me recibieron unos amigos que me ayudaron a quedarme desde entonces en esta ciudad.
- Sos correctora de textos. ¿Cómo te iniciaste y cuáles son las bondades y penurias del oficio?
- Sinceramente creo que ser freelancer, modalidad de trabajo que tengo en la actualidad, es bastante penoso porque hay que remar todo el tiempo, sin saber qué va a suceder el mes próximo. Por ejemplo, hace un par de años estuve trabajando muy bien con personas que cursaban posgrados y querían mejorar los textos de sus tesis. Sin embargo, con la crisis económica eso fue mermando, ya que hay menos posgrados y sin dudas menos poder adquisitivo para contratar a alguien para ese asesoramiento. El oficio tiene esos vaivenes que no me gustan y que no esperaba cuando cursé la Tecnicatura en Corrección de Textos en el Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea… Desde hace dos años estoy trabajando en una editorial y eso me genera tranquilidad en múltiples sentidos, sobre todo porque lo hago remoto y esta modalidad permite combinar lo mejor de los dos modelos de trabajo.
No obstante, en cuanto a la tarea en sí, en el momento en que te zambullís en un texto para corregirlo, puede ser una experiencia muy interesante, más allá del género que sea. Por ejemplo, las tesis sociales me encantan porque permiten conocer sobre cosas muy random; la narrativa también me gusta un montón porque te inserta en el mecanismo del texto y resulta divertido.
- En 2024 tu obra “Agua de beber” ganó el primer premio en el género Poesía de la Convocatoria Anual del Fondo Editorial Rionegrino ¿Te sorprendió?
- En principio, si bien siempre escribí, no sentía la inquietud de publicar. Hasta que en un momento empecé a sentir una presión, sin dudas autoimpuesta… Seguían pasando los años y el ejercicio de publicar no venía; nunca me proponía dar ese saltito, juntar los textos y montar un libro. Y en el momento en que lo hice surgió “Agua de beber”.
Sin embargo, no fue algo tan fácil. Lo trabajé dos años completos porque la mayoría de sus textos nacieron en prosa pero había algo que no me cerraba. Entiendo que los cuentos son un mecanismo más perfecto que el poema, pero no tenían el impacto que quería, o la sensibilidad que buscaba. Entonces comencé a pasar incontables veces los textos de prosa a verso. Eso fue entre el 2022 y el 2024, y finalmente quedó de una forma que significó mi mejor esfuerzo para contar estas historias… Mis amigas, que seguían esas lecturas, me odiaron…
Esta es la primera vez que publico, así que es nuevo para mí esto de ponerme en el lugar de escritora con cierta exposición y reconocimiento. La verdad es que un poco me sorprendí y un poco no, porque le reconocía algún valor a mi texto, y, aunque no sabía si estaba para ganar, entendía que estaba bien para una competencia regional.
No obstante, recuerdo que cuando estaba preparándolo casi decido no mandarlo. Es que uno pierde un poco el norte cuando escribe: de pronto pensás que estás escribiendo algo maravilloso y al rato sentís que es cualquier cosa… En definitiva, no sabía bien en qué situación estaba, así que antes de enviarlo se lo di a leer a un par de amigas. Una de ellas hizo el prólogo y me acompañó siempre, ya que varios de estos relatos nacieron en un taller que brindó durante la pandemia. Así que leyó la obra y en algunos poemas su aporte fue clave para darles un empujón y terminar de cerrarlos. También antes de publicarlo le confié el material a Silvia Urtubey y a otras personas que lo habían leído cuando los textos estaban aún en pañales.
“Lucía es artista desde siempre y la valentía que conlleva serlo le permite nombrar los dolores que atraviesan este libro, destrenzar el carrete de la pena y la violencia y convertirlos en versos. Es un libro llaga que abre las heridas para mostrar lo que queda de carne adentro cuando ya no hay posibilidad de respirar en la superficie. Es un libro de personas rotas, personajes que caminan en círculos y violencias varias sobre los cuerpos”. Así describe Jazmín Chao, desde el prólogo del libro, el trabajo de Lucía. Le pregunto a qué cree que se debe esa búsqueda.
- La verdad es que no lo sé. Sí entiendo que vengo de una familia de mujeres luchonas, donde somos muchas, diversas y feministas desde siempre. Tengo una historia familiar bastante particular, con violencias varias, y creo que algo de este libro viene de ahí. Las opresiones de las mujeres siempre me sensibilizaron, toda la vida. A las olas suelo llegar tarde, y justo a la feminista llegué espectacularmente bien… Fui a mi primer Encuentro de Mujeres en el 2003, cuando se hizo en Mar del Plata; entonces, sumado a lo que traía desde la cuna, el feminismo resultó una movida a la que me subí enseguida.
Por otro lado, sobre la cuestión de las mujeres en la literatura, creo que simplemente ahora se leen y se saben. Hay un montón de trabajo arqueológico que se está haciendo para dar a conocer obras de mujeres que quizás tuvieron una sola publicación con un mínimo de ejemplares que se agotaron. Las mujeres siempre hablamos de estos temas. Creo que no es una cuestión de época, sino que lo importante es prestarle atención y recuperar esa voz que muestra cómo las mujeres narramos las violencias. Creo que, en comparación a cómo las narran los hombres, hay un salto en la forma, en la sensibilidad, en la profundidad con las que se retratan esas víctimas, que los hombres difícilmente alcanzan.
- “Agua de beber” está compuesto por seis poemas. ¿Hay denominadores comunes entre ellos? ¿Cómo llegaste al título?
- Hay un juego semántico que se siente, y que reconoció el jurado cuando hizo su devolución. Son los puntos de contacto que existen entre esos poemas, sentidos que quedan resonando entre uno y otro. Son historias que comenzaron a suceder sobre una geografía imaginaria y hacen que esa pertenencia se sienta en forma clara. Originariamente quería que tengan más relación entre sí, pero después fui independizándolos.
Respecto al título, tuve uno provisorio durante mucho tiempo y en algún momento salió el definitivo. Creo que el juego con el agua aparece en todo el libro como un hilo conductor que recorre los poemas, justamente porque estos personajes habitan esas geografías. Tiene que ver con esta cuestión del juego semántico. Cuando escuché la canción de Vinicius Moraes “Agua de beber”, sentí que reflejaba justo lo que quería decir y ya no tuve dudas.
Lo mismo me sucedió con la imagen de la tapa, que me remitió a tener el agua hasta el cuello, o a alguien que se hunde o respira. Por otro lado esa agua es negra, no es que va a calmar la sed. Creo que todo el tiempo está esa tensión en el libro y el doble sentido de las cosas, que tiene que ver con los personajes que necesitan cuidados, pero no siempre lo que reciben es lo que va a hacerlos salir a flote. Aún cuando son ofrecidos con amor, a veces no alcanza. En definitiva, pivoteando un poco con todo eso surgió el título.
- Hace poco más de una semana “Agua de beber” tuvo su presentación de lanzamiento en la Feria del libro de Buenos Aires ¿Cómo viviste esa experiencia?
La presentación en la FILBA estuvo bellísima. La preparé con amigas de allá, de forma independiente con cada una, y el ensamble quedó muy bien. Milagros Schroder me hizo una entrevista sobre el libro y el contexto de producción. La verdad es que dio vuelta el texto y me puso contra las cuerdas con más de una pregunta. También Lucía Araoz de Cea, amiga actriz y poeta, interpretó dos poemas con un vozarrón de trueno que conmovió.
Pensé que iba a estar nerviosísima, y no. Fue una primera experiencia rodeada de cariño con mucha gente querida que festejó conmigo este libro.
Leyendo los cuidados poemas de “Agua de beber” se descubren textos precisos y tangibles, palabras punzantes que estremecen bien hondo, donde moran los huesos. Es una obra con la que el lector se queda con ganas de más.
“Estos textos tuvieron un camino largo, empezaron como cuentos en prosa y llegan hasta nosotras (y nosotros) después de una profunda búsqueda de forma. En la poesía, Lucía encontró la cadencia oportuna para darle lugar a estas voces y también para que los ojos lectores que recorren las páginas completen los espacios que quedan entre líneas. Tenía que darle sentido a la ausencia”, interpela, nuevamente, el prólogo.
- Siempre te consideraste narradora pero a partir de un ciclo de entrevistas a poetas rionegrinas comenzaste a escribir en verso. ¿Cómo fue eso?
- Ese cambio sucedió cuando en 2020 comencé con ese ciclo que tenía un nombre larguísimo: “Ecosistema, letras de mujeres rionegrinas”. La idea era poder hablar de y con todo el arco literario: las que enseñan en el Instituto de Formación Docente, las que están en el Profesorado de Letras, las autoras en general… Pero finalmente no encontré tantas mujeres que escribieran narrativa y lo que me llegó a borbotones fue la poesía rionegrina. Debo reconocer que hasta ese entonces no era una gran lectora de poesía de la provincia, y de pronto, a raíz de este trabajo, tuve que leer mucho ese género y me voló la cabeza la diversidad y cantidad de poetas existentes.
Reconozco que fue un trabajo muy lindo, del que resalto a diferentes autoras como Lili Campazzo, Eliana Navarro, Gaby Klier. También a Silvia Urtubey, que tiene una garra impresionante, y a Marianela Saveedra, que es una bestia que hace autopublicaciones desde siempre. Por ejemplo, antes de conocer el trabajo de Marianela, a esa literatura la tomaba “con pinzas” y la verdad es que me cambió todos los prejuicios que tenía con la autopublicación. A través de su obra vi su crecimiento como editora, la evolución desde el primer al último libro autogestionando muchas bellezas, siempre yendo al hueso, teniendo esas libertades que conllevan a una filosofía de vida. Muchas veces escribe como habla, sin mediar corrección, incluyendo perspectiva de género… En esos momentos yo estaba a pleno pensando cómo aplicar en la corrección el lenguaje inclusivo y ella me voló la cabeza; todos sus libros son muy auténticos.
- Sostenés talleres de escritura. ¿Qué no le debería faltar a un espacio como ese?
En mis talleres siento que tengo como una fórmula básica que funciona y me sirve: considero muy importante aprender a la hora de dar clases. Dando talleres sentí que tuve un salto de conocimiento exponencial. Por otro lado, trabajo bastante en transmitir que hay que creérsela un poco y que todos los que integramos ese espacio somos escritores. Creo que hay que escribir todo lo que queramos y confiar en lo que está saliendo en la hoja, escuchar el texto, querer lo que uno hace para después hacerlo crecer, alimentarlo y pulirlo.
No obstante, tengo que aclarar que no tengo tanta experiencia haciendo talleres, más allá del núcleo duro con quien puedo compartir lo que escribo. Afortunadamente siempre se pueden recopilar las enseñanzas de otros escritores, conferencias, biografías lectoras de escritores que permiten acceder a la intimidad de otros talleres y a las estrategias que tuvieron esos docentes para transmitir sus conocimientos.
Enseñar aprendiendo. Esa es una de las premisas centrales de la educación popular que pregonaba Paulo Freire, y que sostiene que en un espacio educativo todos aprendemos y todos somos portadores de algún saber que merece ser socializado con los demás. La trasmisión de conocimientos no se da de arriba hacia abajo sino entre pares diversos. Le pregunto a Lucía, mientras el café se va enfriando sobre la mesa, si integra algún grupo de pertenencia o militancia con escritores de la región.
- Trabajé varios años en la biblioteca Sarmiento y estaba en contacto regular con los escritores que allí se juntaban. Además, durante mis primeros años en Bariloche, estuve en Villa Los Coihues y me relacioné con muchos escritores vinculados a la biblioteca Carilafquen que está en ese barrio. Y medida que fui conociendo más ámbitos, se multiplicaron las personas que me contuvieron.
En la actualidad participo de la Asamblea de poetas, y la verdad es que ahí siento que estoy con “la cream de la cream” del mundo porque son un montón de poetas de Bariloche y Dina Huapi en un espacio muy nutritivo, sobre todo para esta época donde se necesita generar lazos, abrazarnos y sentir que podés hacer algo desde la palabra y desde el vínculo.
- ¿Cómo es tu metodología de trabajo a la hora de escribir?
- Lo que tengo de metódico es mi cuadernito y las notas que agendo en el celular. Ahí van disparadores, frases, cosas que escucho y veo. También ideas brillantes que después no resultan tan increíbles. Trabajo mucho en el escritorio y siempre tengo algún recreo donde dejo solapas abiertas para ir puliendo o escribiendo alguna cosita. También algunas noches me siento con la computadora acompañada de un vaso de vino. La verdad es que mi proceso de creación es bastante diverso, no tengo un método específico aunque escribo bastantes horas por semana. Y si bien tengo metas y una grilla de pendientes, no quiero ponerme presión.
Este año mi gran objetivo literario es disfrutar del flamante libro y tomarme esta etapa con calma, porque vengo de muchos años de presiones por objetivos laborales, estudio, y la corrección de este libro, cuyo último tramo de pulido se hizo largo… A la vez fue una cuestión de descubrimiento porque disfruté un montón esa lija fina del final. Recuerdo en los últimos meses dormir con el celular y hacerle una pasadita cada vez que podía, escuchando el poema para ver qué palabra sonaba y cuál no. Y me acuerdo de cada una de aquellas a las que no le encontré la vuelta. Fue un proceso muy lindo, y cuando llegó la etapa de edición resultó todo bastante fácil respecto a la corrección que hicimos con el FER.
A propósito del Fondo Editorial, lo quiero muchísimo… Me gusta la historia de su gestación, que sea una institución que crearon e impulsaron escritores de la provincia. Que el objetivo de publicar autores rionegrinos esté garantizado por ley es algo muy bien pensado. Si bien cada uno cuenta historias diferentes sobre su experiencia de publicación con este organismo, los autores que conozco están muy contentos y agradecidos.
- Trabajaste en bibliotecas populares. ¿Qué rol tienen en la coyuntura que estamos viviendo?
- Sin dudas que la importancia de estos espacios es el encuentro con el otro. Creo que todas las agrupaciones sociales tienen un rol fundamental porque promueven el encuentro dentro de toda esta transformación que estamos viviendo como sociedad, con esta dicotomía entre mundo físico y virtual. En este último no participo mucho: no quiero aparecer ahí, cuido mucho la huella que dejo en las redes y definitivamente no es un universo que me interese, por ahora estoy intentando dejarlo de lado.
Me parece que con el encuentro se combate toda esta desolación que se vive, porque creo que hay una angustia de época, un malestar que se cura cuando te encontrás con una persona cara a cara, cuando haces cosas positivas con y para los otros. Para mí la biblioteca es lo mismo que el club del barrio o la junta vecinal: un lugar de encuentro donde se acercan personas a las que les gusta la literatura o el deporte, por ejemplo. En la actualidad el estado no garantiza esas cuestiones así que bienvenido sea que lo haga la sociedad por empuje propio.
Fotos: gentileza Lucía Higuera
Ciclo Somos │ Coordinación y producción: María Eugenia Aliani - Entrevista: Sebastián Carapezza